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GÖTTINGEN

Al calor del glühwein en el frío alemán
10 - 13 de diciembre 2010, Göttingen


Normalmente las visitas obligadas se van posponiendo, siempre pensando en que cualquier tiempo futuro nos cuadrará mejor, hasta que ya no quedan fechas y nos vemos “obligados” a preparar el viaje deprisa y corriendo. Lo cual no quiere decir que el resultado sea negativo, ni mucho menos. Eso es lo que me pasó con mi obligada visita a María[1] en Göttingen, esa ciudad universitaria alemana cuya comunicación aérea es inexistente. Para llegar en avión podéis volar hasta Hamburgo y pasar hora y media en el tren, o volar a Frankfurt y pasar dos horas en el tren. Yo me decanté por la segunda opción, normalmente más barata. A no ser que comiences el viaje con 24 horas de retraso.

Día 9 de diciembre. Al planeta le da por descargar nieve en Frankfurt. Mucha nieve. Mi vuelo está programado para las 10:45 y me dicen que tiene media hora de retraso, nada fuera de lo normal. Sin embargo el avión llega y nada sucede. Una hora después nos dicen que el aeropuerto de Frankfurt está cerrado y que el vuelo se va a retrasar e incluso a anular. Hasta salió el piloto, con cara de frustración, para decirnos que no había nada que hacer. Viendo el panorama, y puesto que ya había perdido mi tren hacia Göttingen, decidí cambiar el billete para el mismo vuelo del día siguiente[2]. ¿Qué son 24 horas cuando uno lucha contra la naturaleza? Día 10 de diciembre. ¡Feliz día de la marmota! Misma rutina al levantarme, mismo viaje en autobús al aeropuerto, misma azafata en el mostrador de facturación,... y sólo 15 minutos de retraso. Al llegar a Frankfurt me dirigí a la estación de tren, convenientemente situada en el aeropuerto y en la que puedes fracturar tus vuelos. Muy cómodo para quitarse el equipaje de encima lo antes posible. Mi objetivo: intentar cambiar el billete de ida, ya pagado, y que había perdido el día anterior. En la ventanilla fui atendido en inglés por cuatro jóvenes becarias[3]. Ellas, muy agradables e ignorantes de los procedimientos ferroviarios alemanes, consultaron a la veterana de al lado, la cual fue tajante: el viaje de vuelta es aún válido, pero tienes que comprar otro de ida. Y así fue como, tras un viaje de 30 horas, llegué a la estación de tren de Göttingen.
Casas bajas rematadas en colorida madera, bicicletas y nieve: ésta es la típica estampa del Göttingen invernal. En este caso estamos en Johannisstrasse, con las dos torres de St. Johanniskirche al fondo. Esta iglesia del siglo XIII sufrió un importante incendio en 2005, aloja el coro de la ciudad y, lo que es más importante, nos marca el camino hacia la plaza del mercado.
¿Damos un paseo?
Uno de los lugares más emblemáticos de Göttingen, la fuente de la Gänseliesel[4] (chica de los gansos) en Markplatz (la plaza del mercado). En la plaza se concentran los puestos de comida y bebida durante el invierno. Sin duda el mejor sitio para pasar las frías y nevadas tardes.

Pd: Mientras que los niños españoles aprendemos pronto a decir “quiero otra loncha de jamón”, los retoños alemanes prefieren concentrarse en la bebida. A las pruebas me remito.
Una mañana cualquiera de diciembre en Markplatz, con el Altes Rathaus (antiguo ayuntamiento) y St. Johanniskirsche al fondo
El Altes Rathaus (1270) dejó de ser el ayuntamiento en 1978 y ahora es el centro de información turística. Podéis pasear libremente por el vestíbulo y disfrutar de los frescos, la heráldica y las escalinatas. Todo muy Disney.

Junkernschänke, la taverna más antigua de Göttingen. Data del 1451 y entre sus coloridas tallas biblicas podéis encontrar la de “el barbudo del corte de mangas”. Un claro mensaje para los mirones como nosotros.
La tétrica St. Albani-Kirche, la más antigua de Göttingen (953, aunque su actual construcción gótica data del siglo XV). Se dice que por las noches el jorobado que vive en su torre enciende una luz para no dejarse la vista leyendo. Sabia decisión.
Ya es navidad en el Sternwarte (observatorio astronómico), construido en 1816 y cuyo primer director fue el gran Carl Friedrich Gauss[5].
Pero un momento, ¿qué es eso que sale de la cúpula?

¡Dios mio, es un rayo verde! ¿Hacia donde está apuntando? (coloca el cursor sobre la imagen) ¡Claro! Ahora todo tiene sentido. La cruzada de los astrónomos contra los galácticos va tomando forma poco a poco.

Tras el largo paseo llegamos al momento cumbre de la crónica, el dedicado a las viandas y brebajes que me acompañaron (brevemente) durante el viaje.

Haxe y cerveza Paulaner. El haxe es codillo asado y frito acompañado de patatas y ensalada de col. Lo más rico es la piel, tostada y crujiente. Mi recomendación es dejarla para el final y disfrutarla a la par del último trago de cerveza. Un momento, que estoy dejando el teclado perdido de babas...

Bratwurst acompañada de glühwein. La bratwurst es una salchicha que se consume a toneladas en los puestos del mercado, mientras que el glüwain es vino caliente con especias que se consume a litros en invierno para acompañar a las toneladas anteriores. Aunque el glühwein parezca algo antinatural es básico para aguantar las bajas temperaturas[6] y, ante todo pronóstico, ¡está muy bueno! Nos lo servirán por unos 3€ en una jarra de cristal que, si devolvemos después, nos permitirá recuperar 1€[7].

Schichzel acompañado de, como no, cerveza. El Schichzel es un filete de cerdo muy fino y empanado típico de la zona sur de Alemania y Austria. Siempre viene tapando una montaña de patatas y en algunos sitios está acompañado también por coles[8]. Exquisito. Sin duda una manera estupenda de terminar el día ¿álguien dijo digestiones pesadas?

El último día, como siempre, tendréis que comprar algún detalle. Lo mejor es darse un paseo por la calle principal de Göttingen, Weender Strasse. Allí se localiza Cron & Lanz, una tienda de chocolates, bombones y tartas que no podéis dejar de visitar: yo realicé allí mis compras y todo el mundo quedó contento. En esta calle también se encuetra St. Jacobi-Kirche, con su peculiar torre de 71 metros. Desgraciadamente, durante mi visita la torre estaba en obras de restauración, así que admiraré la mejor panorámica de Göttingen en otra ocasión (pero no antes de 2014, fecha prevista para el final de las obras).

Me despido de Göttingen con un gran pesar:
fueron tres días de glühwein y cerveza,
es ya imposible quitarse de la cabeza
el recuerdo del cochino a la hora de cenar.


[1] Quizá la recordéis de otras crónicas, como la crónica de París o la crónica de CINEMA4.

[2] Al final el avión salió a eso de las 17, con lo cual habría podido llegar a Göttingen a las 22 - 23. Pero mejor pasar la tarde en el trabajo, descansar bien y volver a intentarlo al día siguiente con una renovada sonrisa en el rostro.

[3] Las cuatro estaban en la misma ventanilla, más de cháchara que atentas a los clientes. Y, por supuesto, no supieron como solucionar mi problema. Que bonitos recuerdos de mis comienzos, en los que no tenía ni idea de lo que hacer sin ayuda y donde al 80% de lo aprendido anteriormente resultó ser poco práctico.

[4] La tradición es ésta: tras doctorarte, los compañeros decoran un sombrero y un carro. El primero te lo pones y en el segundo te llevan desde la universidad hasta la fuente. Una vez allí, has de subir a la fuente, besar a la Gänseliesel y dejarle un ramo de flores. Mejor no lo cuento, lo enseño. Por supuesto cualquier maldad por parte de los amigos está permitida.

[5] Como buena ciudad universitaria, Göttingen ha sido el lugar de trabajo de ilustres científicos como el mencionado Gauss, Wilhem Weber (ambos tienen una estátua en la ciudad, ¡no dejéis de buscarla!), Max Born (además de premio Nobel, abuelo de la cantante/actriz Olivia Newton-Jhon) o Werner Heisenberg (padre del divertido principio de incertidumbre).

[6] El ansia del primer trago siempre nos regala esa sensación del napalm bajando por nuestro esófago. ¡Pero no hay que descuidarse después! Si lo bebemos demasiado despacio acabará enfriándose y entonces estará asque... menos sabroso. Tranquilos, tras tres o cuatro glühwein uno pilla el ritmo.

[7] Si queréis guardarla de recuerdo ¡es toda vuestra! Pero no os encariñéis con la primera que os den, que hay varios modelos. Conseguir el modelo que yo quería, con la Gänselisel y la plaza del mercado, me costó un par de días de intensos tragos... hasta que María me cedió amablemente su jarra, grabada con el deseado modelo. Todo un detalle de navidad.

[8] Philippe admira con estusiasmo mi Schnitzel “tamaño normal”. Los demás en la mesa pidieron la versión pequeña y, por alguna razón, la camarera espetó un “y éste para el caballero con hambre” al traer mi plato. El día que tenga hambre lo sabrá, anonima camarera.

1 comentario:

paola dijo...

parece que tuvieron un gran viaje en aquella ciudad.. me encantaría poder ir a conocer la opera house y comer esos deliciosos platos pero sacar Pasajes a Frankfurt desde Argentina no son una opción por el momento