4/2/12

ÁVILA (CINEMA5)

CINEMA 5
13 - 17 de mayo 2011, Ávila

Una nueva edición de CINEMA abre sus puertas. Hoy visitaremos Ávila, ciudad de yemas, murallas y santos. Carol y yo llegamos a la estación de autobuses tras hora y media de viaje desde Madrid (18€ i+v). La estación está un poco apartada del recinto amurallado, donde estaba el hotel, pero en escasa media hora ya habíamos localizado el Hostal Bellas. Wifi gratuita, la Plaza del Mercado Chico a 3 minutos y las murallas a otros tantos. ¡Poneros cómodos, qué empieza la visita!

Las Murallas

Las murallas son el símbolo de Ávila[1] y rodean todo el casco antiguo desde el siglo XI. La visita (4€, 2.5€ para estudiantes) se realiza en dos tramos no comunicados. Al primero, corto y con vistas a la Plaza de Santa Teresa (también conocida como del Mercado Grande), se accede desde la Plaza del Alcázar.
Adorando al cochino de piedra[2] en la Plaza del Alcázar. Los verracos son monumentos prehistóricos con forma de animal, típicos de esta zona de la Meseta. Un edificio administrativo es visible a la derecha, mientras que la muralla flanquea, poderosa, el resto de la plaza.


Vista de la Catedral del Salvador desde las murallas. La característica más notable de la catedral es el cimorro, a la vez ábside y muralla, más típico de una fortificación que de un edificio religioso.


El segundo tramo, que nos lleva desde la Puerta de la Harina (entrada en la oficina de turismo) hasta la Puerta de Río, recorre toda el adarve norte. El resto de la muralla no está accesible, al menos de momento ¡esperemos que la restauren pronto para poder girar y girar!


Una vez visitado el adarve de la muralla no podemos dejar de recorrer su perímetro por extramuros. Comenzaremos desde la Puerta del Alcázar y continuaremos por el Paseo del Rastro en la dirección de las agujas del reloj.
El Paseo del Rastro es muy transitado y casi todos los locales que nos encontremos durante el recorrido será aquí. Un buen sitio para conocer el atardecer abulense a un precio ajustado.


Por la noche el paseo es muy tranquilo y nos permite practicar nuestra risa malvada (muhahahahaha) con un magnifico acompañamiento de luces. No se librará de ésta, señor Bond.



Dejamos atrás el Paseo del Rastro a la altura de la Puerta de la Santa. Aquí empezamos la bajada hacia el río Adeje. A la derecha dejaremos la Puerta de la Mala Ventura o Arco de los Gitanos, que daba acceso a la antigua judería. Ahora ésta es la parte más nueva de intramuros y no encontramos nada reseñable en ella durante nuestra estancia[3].

Los lienzos oeste y norte de la muralla están rodeados de césped, haciendo el paseo toda una experiencia golfística, de enboque en enboque. Ésta es la zona preferida de los abulenses para pasear a sus mascotas ¡no os extrañéis si algún perro corre prado arriba a por vosotros!

El lienzo norte presenta dos arcos, el Arco del Carmen (con acceso al adarve de la muralla) y el Arco del Mariscal. Ambos nos dejan de nuevo en la zona antigua de la ciudad.


Los Cuatros Postes

Aunque la gastronomía y la calidez del casco antiguo nos anima a quedarnos intramuros (nunca se sabe quien puede estar acechando allende los portones) no podemos dejar de admirar Ávila desde lejos, a vista de conquistador. Para ello la mejor opción es abandonar la zona de seguridad por la Puerta del Río, atravesar el puente sobre el río Adeje y ascender, siempre atentos a nuestras espaldas[4], hasta Los Cuatro Postes. Desde aquí disfrutamos de las murallas y la judería, ya que la inclinación del terreno deja la torre de la Catedral como única señal del casco antiguo.


El mirador de los Cuatro Postes con Ávila al fondo ¿y dices que ahora tenemos que volver?
Hay que ser un tipo muy duro para llegar hasta aquí... así que supongo que lo mio ha sido simple suerte.



Suspiros del románico

Ávila cuenta con una excelente colección de iglesias románicas. Por supuesto no visitamos todas, pero sí hicimos un recorrido por las más importantes[5]. Empezamos retrocediendo nueve siglos...
… con la visita a la Basílica de San Vicente (2€, gratis los domingos). Se sitúa extramuros, como todas las iglesias que vamos a visitar, y es lo primero con más de cien años de antigüedad que veremos al venir desde la estación de autobuses, como diciendo “bienvenido, ahora de verdad, a Ávila”. Eso sí, el empedrado de la plaza no hace nada agradable el caminar con maletas.



El pórtico de la Basílica de San Vicente. Una de las torres quedó inacabada y podemos ver parches posteriores en el edificio. Lo que más me gusto en todas las iglesias románicas fue el tono rojizo/anaranjado de la sillería. Este material, denominado “piedra caleña”, es común en la zona y dota a las iglesias abulenses de una personalidad propia.

Pórtico de la Iglesia de Santo Tomé “el Viejo”, ahora parte del Museo Provincial. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que desde su construcción en el siglo XII esta iglesia no había contado con un elemento decorativo tan llamativo y azul como yo. Ahora podemos empezar el debate de si soy un esbelto fuste de perfil románico o más bien una gárgola de corte medieval.



La Catedral del Salvador, construida en el siglo XI, es la primera en introducir el gótico en España y aún es evidente la influencia del románico en el rigor de sus formas.

A falta de gorgonas, no hay nada como mirar directamente al Sol para quedarse de piedra.

La Iglesia de San Pedro, que lleva mirando hacia la Puerta del Alcázar desde el siglo XII, corona la Plaza de Santa Teresa o del Mercado Grande. Como no, un monumento a la Santa se alza en el centro de la plaza más concurrida de extramuros.


Al fin un momento de tranquilidad en la iglesia de San Pedro. Bueno, lo sería si el pesado de turno no se dedicara a sacar mil y una fotografías[6]. Sí cariño, estoy hablando de ti...


En la parte trasera de la iglesia de San Pedro hay un pequeño parque en el que sentarse a ver la tarde pasar. Está por ver si también es un lugar para ver pasar una noche de botellón.



Entre santos anda el juego

Aún no siendo religiosos, y más gracias a las clases de filosofía y literatura, reconoceremos a los dos santos más famosos de la ciudad: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.


¡Santa Teresa, mira! No sé si es una aparición divina o extraterrestre... supongo que depende desde que siglo lo mires.

San Juan de la Cruz, por favor, que baje la prima de riesgo española y que el BCE ajuste su tasa de interés aún a expensas de la inflación[7].

Monasterio de la Santa, situado en la plaza homónima[8] y flanqueado por la puerta homónima en la muralla. ¿Alguna duda sobre el nombre del museo situado en la cripta del convento? ¡Y qué me decís de Murallito! Emblemático como el que más, este tren turístico sale de la plaza de San Vicente y tiene precios especiales para niños de más de 60 años.


Alejado del casco histórico de Ávila nos encontramos con el Real Monasterio de Santo Tomás. Además de su labor eclesiástica, el recinto fue palacio de verano de los reyes católicos.



Lo más destacado del edificio son sus tres claustros, cada vez de mayor perímetro (3.5€). El primero, sobrio y ajado, es el claustro de las Novicias. Un excelente punto para abstraerse del mundanal ruido y atender a lo que nos cuenta la audioguía.
El segundo es el claustro del Silencio, el cual, además de permitirnos el acceso a la iglesia, nos regala el concierto de un enjambre de avispas. Todos en silencio para que no nos detecten...


El claustro de los Reyes es el último y más extenso, además del mejor conservado. Cuestión de prioridades, supongo.


Pero no sólo de meditación y ayudar al prójimo podía vivir Ávila en la dura época medieval. En el siglo XII, una vez asentada la ciudad tras la reconquista, Ávila era conocida en toda Castilla y parte de Leon por sus trileros, sus zonas de juegos y sus casas de apuestas. Para no suscitar sospechas, los distintos gremios de lo lúdico levantaron cruces en sus lugares de influencia y reunión. Por supuesto, cada una de estas cruces contaba con un símbolo característico. Aún hoy podemos ver en la ciudad la Cruz del Trívial (izquierda) o la Cruz del Jackpot (derecha). Tiempo después, durante el siglo XVI, los autoridades lograron desplazar a los capos del juego extramuros, concretamente a la vega del río Adeje. Algunos de ellos emigraron entonces al nuevo mundo en busca de nuevas oportunidades y jugadores incautos, y acabaron fundando una pequeña ciudad en medio del desierto que llamaron “Las Vegas” en recordatorio de su lugar de origen. El resto, es historia[9].



Andar, andar; comer, comer

Tanto monumento, visita y paseo sin duda abrirá nuestro apetito y potenciará nuestra sed. ¡Y qué mejor forma de resarcir a nuestro cuerpo que a base de recorridos gastronómicos! Un lugar ideal para comenzar la visita, sobre todo si el día es soleado, es la Plaza Mayor (o del Mercado Chico). Aquí tenemos acceso directo a varias terrazas y bares.
Panorámica de la Plaza Mayor de Ávila. A la izquierda se alza la Iglesia de San Juan, mientras que a la derecha está el edificio del Ayuntamiento. Este será el comienzo de nuestra ruta por la gastronomía de la localidad.


Justo a nuestra espalda se encuentra las calle Comuneros de Castilla, plagada de restaurantes y bares de tapas. No dejéis de probar las patatas revolconas (denso plato a base de patata y pimentón acompañado de torreznos), el chuletón de Ávila y las judías de El Barco (acompañadas de chorizo y tocino). A destacar el Mesón Gredos y el bar 1966 Mangas.


Judías de El Barco y Chuletón en el Mesón Gredos. 15€ el menú con agua y vino incluidos.
En la calle de los Reyes Católicos destaca el restaurante del mismo nombre. Comida de calidad e ingenio a buen precio (unos 25€/pax), ideal para esa comida especial de cumpleaños[10]. Ya en extramuros, entre la puerta de la Harina y la del Alcázar, encontraremos también varios locales.

Y nada mejor para terminar la comida que un buen postre. Aquí (y en vuestra maleta) no pueden faltar las yemas de Ávila. A base de huevo, azúcar y limón, estas dulces pelotas de ping pong están en todas los menús y confiterías de la ciudad. Para disfrutarlas tranquilamente nada mejor que acompañarlas con un café en Porta Coeli, mientras que las cajas para regalo podemos adquirirlas al lado, en la pastelería Chuchi (2.5/3.5/4.5€ la caja de 6/8/12 unidades; más baratas que en el Mercado Grande).

Tras tres días de románico y yemas llegó el momento de regresar a casa. Un viaje de hora y media si nuestro destino es Madrid, pero un poco más largo si tenemos que volver a Marsella. Un tiempo extra ideal para pensar en el siguiente estreno de CINEMA.

[1] Una imagen clásica en la vuelta a España es la subida a Ávila por el adoquinado y sus vistas a la muralla. Lástima que la dureza de la cuesta no les permita a los ciclistas (y a algunos viandantes) disfrutar del marco.

[2] Aunque este es el verraco más evidente de Ávila, llegamos a ver otros tres más en diferentes zonas y edificios. ¡Pero hay muchos más esperando a que los descubráis! Ya tenéis tarea para vuestra visita.

[3] Uno esperaría al menos recintos hoteleros, pero todo lo que vimos fueron casas y bloques de pisos nuevos. Así que cuando hablamos del casco antiguo de Ávila nos referimos a la zona intramuros al este de la Puerta del Rastro. Diversión concentrada, cervezas rápidas.

[4] Tan sólo tenemos que seguir las flechas amarillas del Camino de Santiago. Bueno, de una de sus muchas ramificaciones, en este caso el camino del Sureste. Este ramal comienza en Alicante y alcanza al Francés en Astorga, pasando por Albacete, Toledo, Ávila y Benavente.

[5] O lo que es lo mismo, las más evidentes. Seguramente pasamos por delante de casi todas en nuestro deambular por la ciudad, pero llega un momento en el que el románico pasa a ser ruido de fondo y sólo las iglesias más llamativas acaban captando tu atención. En este caso es una lástima la gran capacidad de adaptación del ser humano.

[6] Carol: “¡Siempre me sacas en todas las fotos! ¿Qué pasaría si algún día terminamos, que harías con ellas, eh?”
Trimurti: “Destruirlas. Por si acaso siempre hago dos fotos, una contigo y otra sin ti”.

[7] Aunque éste sería el deseo normal de cualquiera, creo que Carol está centrando sus rezos en un jugoso premio de la lotería. ¡Disidente!

[8] No confundir con la Plaza de Santa Teresa (Mercado Grande). Los homenajes están bien, pero hay que saber cuando parar...

[9] Por supuesto la versión oficial dista mucho de esta invención, pero gracias a internet es posible que alguien la tome por correcta, la copie en algún trabajo de instituto y tenga una bonita anécdota que contar en el futuro. Moraleja: ¡las notas al pie están para leerlas!

[10] Como la que disfrutamos el día 16 para celebrar con retraso el cumpleaños de Carol.



2/10/11

PACA3 (17/04/11)

Juego, set y partido en un marco de lujo
17 de abril 2011, Mónaco


Una de las mejores formas de amenizar un viaje es hacerlo coincidir con algún evento, ya sea deportivo o pagano. Mónaco, ese pequeño principado en el sureste de Francia, se caracteriza por el lujo que inunda sus calles y por albergar dos acontecimientos deportivos de renombre: un gran premio de F1 y uno de los nueve Masters 1000. Mi compañero Javier y yo, tras revisar los precios de ambos, decidimos aprovechar el día para ver una emocionante final de tenis entre Nadal y Ferrer[1].

A pesar de estar cerca de Marsella (230 km), la Côte d'Azur es escarpada y sinuosa, haciendo que el viaje en tren hasta Mónaco sea de unas tres horas con transbordo en Cannes/Niza incluido. Como comparación, el viaje en TGV hasta París, a unos 800 km, es también de tres horas. La ventaja es que, al venir desde lejos, uno se asegura un asiento ante la avalancha de personas que toman el tren en las últimas estaciones: sin duda pernoctar en los alrededores de Mónaco o Niza es más económico que en estas exclusivas ciudades.

A la salida de la estación de tren llegamos al distrito de La Condamine, también conocido como “El puerto y alrededores”[2]. Mónaco es el segundo país más pequeño del mundo y está dividido en diez distritos, además de ser el país con mayor densidad de población. Algo evidente cuando nos vemos rodeados de bloques de pisos que, cabezones, escalan las escarpadas pendientes que rodean la ciudad y la hacen una bahía natural excepcional. Sin embargo, y salvo honrosas excepciones, estos bloques son sobrios, visten horrorosos toldos de colores y nos hacen preguntarnos dónde está el supuesto lujo de la ciudad... ¡mira un Ferrari! ¿Y ese Lamborghini? Aunque aquel Mercedes tampoco está mal. ¿Y has visto esos yates y veleros? Vale, creo que ya he encontrado el lujo.

Foto-resumen de Mónaco: lujo en forma de yates, bloques de pisos sin estilo y viejas edificaciones que nos recuerdan que estamos en un asentamiento con más de XXVI siglos de historia.

La primera parte de nuestra visita se limitó a seguir el trazado del gran premio de Mónaco, que nos lleva por la mayoría de los lugares emblemáticos de la ciudad.
Estatua en honor a Juan Manuel Fangio[3], piloto argentino 5 veces campeón del mundo en la década de los 50 y que ganó dos veces en Mónaco. A la derecha se alza el Palacio de los Príncipes, antigua fortaleza Genovesa que data de 1191 y desde donde se disfrutan de las mejores vistas de la ciudad. Sin embargo, y por falta de tiempo, tuvimos que dejar su visita en tareas pendientes.

Pd: La cara de velocidad es exclusiva para la ocasión.
Salida del túnel del circuito. Dentro del túnel el ruido es ensordecedor. Imagino que durante el gran premio, con todo tapado para proteger los comercios que hay bajo el túnel, ha de ser ¡ATRONADOR!

Aunque se ven coches de gran lujo, también hay bastantes utilitarios y coches pequeños (a las pruebas me remito). ¡Pero no todos despilfarran sus fortunas en cuatro ruedas! Otros prefieren hacerlo en...
… surcar volando las costas monegascas con su jetpack propulsado por agua. Una excentricidad que a todos nos gustaría comp... ¿qué? ¿más de 60000€? Que a todos nos gustaría recibir como regalo.
La mítica curva Loews. Aquí es donde los coches de F1 van a “sólo” 50 km/h. Pero los Ferrari están hechos para el asfalto y los flamantes coches deportivos se dedican a recorrer el circuito urbano cada día[4]. Las escaleras del fondo nos llevan hasta el distrito más famoso de la ciudad.
En el distrito de Monte-Carlo, también conocido como “Enséñame la pasta”, encontramos al fin la imagen de Mónaco que todos tenemos en la cabeza: modernos (y caros) establecimientos en un entorno clásico rodeado de suntuosos jardines. Sirva como ejemplo el club Moods y su bola espejada, situados en el Cafe de Paris, o el Buddha Bar. Al fondo a la izquierda el edificio del Casino de Monte-Carlo.

Lujosos coches (¿alguien lo dudaba?) en la Plaza del Casino. El circuito de F1 traza aquí un giro a la derecha, como dejan claro los peraltes rojiblancos de las aceras. La publicidad del Masters1000 llena la plaza.

Entrada del Casino de Monte-Carlo. Los casinos, hoteles y restaurantes más lujosos de la ciudad pertenecen a la misma empresa, la Société de Bains de Mer (SBM). Esta sociedad nació al mismo tiempo que Monte-Carlo y su casino en 1863 y desde entonces ha extendido sus redes por el principado. Dinero llama a dinero.
Tras la visita al casino dejamos atrás el circuito urbano para adentrarnos en el paseo marítimo de Mónaco. Aquí se encuentra “The Campions Promenade”, una especie de paseo de la fama donde los futbolistas veteranos premiado con el “GoldenFoot” dejan su huella. Además encontramos modernas plazas con extrañas fuentes, lujosos hoteles que sólo podemos admirar desde la lejanía y la playa de Larvotto, lugar ideal para comer un bocadillo y recargar fuerzas antes del último trecho hasta el club de tenis.
Y casi sin darnos cuenta dejamos Mónaco y entramos de nuevo en Francia. En esta tranquila y transparente costa[5] se sitúa, al fondo, el hotel Monte Carlo Beach. Este hotel es, por supuesto, propiedad de SBM y está prohibido para nuestros secos bolsillos.

Y llegó el momento de la gran final. Llegamos al Monte Carlo Country Club (Francia) con unos 45 minutos de antelación. Una buena idea debido a la aglomeración de gente[6] y a los no muy claras indicaciones dentro del recinto.
La entrada al Monte Carlo Country Club. Las banderas de Mónaco hondean junto a la del país del actual ganador del torneo. La española lleva ya seis años seguidos ahí, sufriendo las inclemencias del tiempo[7].
Una vez en nuestros asientos, estratégicamente escogidos para tener el Sol a nuestra espalda, llega la presentación de los jugadores: Nadal (arriba) y Ferrer (abajo). Tras unos minutos de peloteo... ¡empieza el partido!

El enfrentamiento fue muy intenso por parte de los dos jugadores, ninguno dio un punto por perdido; se vieron dejadas de calidad y fulminantes golpes ganadores. El estadio estaba prácticamente lleno, aunque quedaban varios asientos libres[8].

El partido tiene juegos larguísimos[9] y, tras dos horas y media, Nadal gana (6-4, 7-5) por séptima vez consecutiva el Masters 1000 de Monte-Carlo. En la entrega de trofeos el público aplaude a rabiar al, en ese momento, número uno del mundo.

Panorámica de la pista central durante el partido de dobles entre Bryan/Bryan y Chela/Soares. El palco de autoridades, con Rainiero y su familia al frente, se sitúa a la izquierda. Mucha gente abandonó las gradas tras la final individual, así que pudimos sentarnos prácticamente en primera fila (las zonas verdes están reservadas y siempre hay alguien de la organización atento a los que intentan colarse).
El partido de dobles es básicamente de exhibición, ya que tras llegar al primer 40 iguales el que puntúa gana el juego (se juegan 7 servicios por juego como máximo). Por eso el partido duró tan sólo 52 minutos con un 6-3, 6-2 para los Bryan. Justo a tiempo para abandonar el recinto y volver a la estación de tren.
Con un largo viaje de vuelta y un transbordo concluye, entre cabezada y cabezada, esta crónica de Mónaco. O, como diría mi gemelo malvado monegasco: “tras una extensa travesía adornada con un cambio de vagón y salpicada de tintes oníricos, termina el sorprendente relato sobre los hechos acontecidos en el principado de Mónaco”.

L'année prochaine ¡nous allons disputer le huitième titre!

[1] Aunque compramos las entradas con un mes de antelación, la presencia de Nadal era segura salvo monumental sorpresa tras seis años consecutivos ganando en Mónaco. Que otro español, David Ferrer, también llegara a la final justifico aún más que ese día luciera la camiseta de España.

[2] Las denominaciones alternativas de los distritos presentes en el texto no son oficiales, aunque sin duda son más ilustrativas y ayudan a la visualización de la ciudad.

[3] Esta es una de las cinco estatuas en su honor que hay repartidas por el mundo ¡no pierdas el tiempo y hazte con todas!

[4] Tras ver varios coches deportivos recorriendo el circuito una y otra vez y a sus conductores aprovechando la más mínima recta para forzar el motor llegué a la conclusión de que debían ser coches de alquiler. Los ricos de verdad estarían en ese momento perdiendo el tiempo en su yate.

[5] Aunque la publicidad se empeñe en llamar a todo “playas” y así lo parezcan en la imágenes aéreas, la Côte d'Azur está plagada de zonas de costa aptas para el baño. No esperéis encontrar arena fina, sino cantos de reducido tamaño: a la erosión aún le queda bastante trabajo por hacer. Pd: las chanclas siempre serán bienvenidas.

[6] Muchos llegaban en autobuses gratuitos desde Mónaco o andando, ya que las zonas de parking cercanas estaban reservadas. A una de ellas llegó una atractiva mujer con su carísimo Mercedes preguntando si podía aparcar, pero el guardia de seguridad le dijo que no era posible. En este exclusivo parking se podía ver estacionado un flamante Renault 5. Fuck yeah!

[7] Durante la entrega de los premios la bajaron para, acto seguido y mientras sonaba el himno, volverla a subir. Espero que cada par de años aprovechen para cambiarla por una nueva, que va a terminar descolorida.

[8] Nada más entrar en Francia, en el paseo marítimo, había dos reventas intentando colocar sus últimas entradas. Parece ser que no tuvieron mucha suerte.

[9] Por eso es importante ir al servicio antes del partido: salir o entrar a las gradas sólo está permitido durante los descansos de los jugadores, cada tres juegos.

2/4/11

GÖTTINGEN

Al calor del glühwein en el frío alemán
10 - 13 de diciembre 2010, Göttingen


Normalmente las visitas obligadas se van posponiendo, siempre pensando en que cualquier tiempo futuro nos cuadrará mejor, hasta que ya no quedan fechas y nos vemos “obligados” a preparar el viaje deprisa y corriendo. Lo cual no quiere decir que el resultado sea negativo, ni mucho menos. Eso es lo que me pasó con mi obligada visita a María[1] en Göttingen, esa ciudad universitaria alemana cuya comunicación aérea es inexistente. Para llegar en avión podéis volar hasta Hamburgo y pasar hora y media en el tren, o volar a Frankfurt y pasar dos horas en el tren. Yo me decanté por la segunda opción, normalmente más barata. A no ser que comiences el viaje con 24 horas de retraso.

Día 9 de diciembre. Al planeta le da por descargar nieve en Frankfurt. Mucha nieve. Mi vuelo está programado para las 10:45 y me dicen que tiene media hora de retraso, nada fuera de lo normal. Sin embargo el avión llega y nada sucede. Una hora después nos dicen que el aeropuerto de Frankfurt está cerrado y que el vuelo se va a retrasar e incluso a anular. Hasta salió el piloto, con cara de frustración, para decirnos que no había nada que hacer. Viendo el panorama, y puesto que ya había perdido mi tren hacia Göttingen, decidí cambiar el billete para el mismo vuelo del día siguiente[2]. ¿Qué son 24 horas cuando uno lucha contra la naturaleza? Día 10 de diciembre. ¡Feliz día de la marmota! Misma rutina al levantarme, mismo viaje en autobús al aeropuerto, misma azafata en el mostrador de facturación,... y sólo 15 minutos de retraso. Al llegar a Frankfurt me dirigí a la estación de tren, convenientemente situada en el aeropuerto y en la que puedes fracturar tus vuelos. Muy cómodo para quitarse el equipaje de encima lo antes posible. Mi objetivo: intentar cambiar el billete de ida, ya pagado, y que había perdido el día anterior. En la ventanilla fui atendido en inglés por cuatro jóvenes becarias[3]. Ellas, muy agradables e ignorantes de los procedimientos ferroviarios alemanes, consultaron a la veterana de al lado, la cual fue tajante: el viaje de vuelta es aún válido, pero tienes que comprar otro de ida. Y así fue como, tras un viaje de 30 horas, llegué a la estación de tren de Göttingen.
Casas bajas rematadas en colorida madera, bicicletas y nieve: ésta es la típica estampa del Göttingen invernal. En este caso estamos en Johannisstrasse, con las dos torres de St. Johanniskirche al fondo. Esta iglesia del siglo XIII sufrió un importante incendio en 2005, aloja el coro de la ciudad y, lo que es más importante, nos marca el camino hacia la plaza del mercado.
¿Damos un paseo?
Uno de los lugares más emblemáticos de Göttingen, la fuente de la Gänseliesel[4] (chica de los gansos) en Markplatz (la plaza del mercado). En la plaza se concentran los puestos de comida y bebida durante el invierno. Sin duda el mejor sitio para pasar las frías y nevadas tardes.

Pd: Mientras que los niños españoles aprendemos pronto a decir “quiero otra loncha de jamón”, los retoños alemanes prefieren concentrarse en la bebida. A las pruebas me remito.
Una mañana cualquiera de diciembre en Markplatz, con el Altes Rathaus (antiguo ayuntamiento) y St. Johanniskirsche al fondo
El Altes Rathaus (1270) dejó de ser el ayuntamiento en 1978 y ahora es el centro de información turística. Podéis pasear libremente por el vestíbulo y disfrutar de los frescos, la heráldica y las escalinatas. Todo muy Disney.

Junkernschänke, la taverna más antigua de Göttingen. Data del 1451 y entre sus coloridas tallas biblicas podéis encontrar la de “el barbudo del corte de mangas”. Un claro mensaje para los mirones como nosotros.
La tétrica St. Albani-Kirche, la más antigua de Göttingen (953, aunque su actual construcción gótica data del siglo XV). Se dice que por las noches el jorobado que vive en su torre enciende una luz para no dejarse la vista leyendo. Sabia decisión.
Ya es navidad en el Sternwarte (observatorio astronómico), construido en 1816 y cuyo primer director fue el gran Carl Friedrich Gauss[5].
Pero un momento, ¿qué es eso que sale de la cúpula?

¡Dios mio, es un rayo verde! ¿Hacia donde está apuntando? (coloca el cursor sobre la imagen) ¡Claro! Ahora todo tiene sentido. La cruzada de los astrónomos contra los galácticos va tomando forma poco a poco.

Tras el largo paseo llegamos al momento cumbre de la crónica, el dedicado a las viandas y brebajes que me acompañaron (brevemente) durante el viaje.

Haxe y cerveza Paulaner. El haxe es codillo asado y frito acompañado de patatas y ensalada de col. Lo más rico es la piel, tostada y crujiente. Mi recomendación es dejarla para el final y disfrutarla a la par del último trago de cerveza. Un momento, que estoy dejando el teclado perdido de babas...

Bratwurst acompañada de glühwein. La bratwurst es una salchicha que se consume a toneladas en los puestos del mercado, mientras que el glüwain es vino caliente con especias que se consume a litros en invierno para acompañar a las toneladas anteriores. Aunque el glühwein parezca algo antinatural es básico para aguantar las bajas temperaturas[6] y, ante todo pronóstico, ¡está muy bueno! Nos lo servirán por unos 3€ en una jarra de cristal que, si devolvemos después, nos permitirá recuperar 1€[7].

Schichzel acompañado de, como no, cerveza. El Schichzel es un filete de cerdo muy fino y empanado típico de la zona sur de Alemania y Austria. Siempre viene tapando una montaña de patatas y en algunos sitios está acompañado también por coles[8]. Exquisito. Sin duda una manera estupenda de terminar el día ¿álguien dijo digestiones pesadas?

El último día, como siempre, tendréis que comprar algún detalle. Lo mejor es darse un paseo por la calle principal de Göttingen, Weender Strasse. Allí se localiza Cron & Lanz, una tienda de chocolates, bombones y tartas que no podéis dejar de visitar: yo realicé allí mis compras y todo el mundo quedó contento. En esta calle también se encuetra St. Jacobi-Kirche, con su peculiar torre de 71 metros. Desgraciadamente, durante mi visita la torre estaba en obras de restauración, así que admiraré la mejor panorámica de Göttingen en otra ocasión (pero no antes de 2014, fecha prevista para el final de las obras).

Me despido de Göttingen con un gran pesar:
fueron tres días de glühwein y cerveza,
es ya imposible quitarse de la cabeza
el recuerdo del cochino a la hora de cenar.


[1] Quizá la recordéis de otras crónicas, como la crónica de París o la crónica de CINEMA4.

[2] Al final el avión salió a eso de las 17, con lo cual habría podido llegar a Göttingen a las 22 - 23. Pero mejor pasar la tarde en el trabajo, descansar bien y volver a intentarlo al día siguiente con una renovada sonrisa en el rostro.

[3] Las cuatro estaban en la misma ventanilla, más de cháchara que atentas a los clientes. Y, por supuesto, no supieron como solucionar mi problema. Que bonitos recuerdos de mis comienzos, en los que no tenía ni idea de lo que hacer sin ayuda y donde al 80% de lo aprendido anteriormente resultó ser poco práctico.

[4] La tradición es ésta: tras doctorarte, los compañeros decoran un sombrero y un carro. El primero te lo pones y en el segundo te llevan desde la universidad hasta la fuente. Una vez allí, has de subir a la fuente, besar a la Gänseliesel y dejarle un ramo de flores. Mejor no lo cuento, lo enseño. Por supuesto cualquier maldad por parte de los amigos está permitida.

[5] Como buena ciudad universitaria, Göttingen ha sido el lugar de trabajo de ilustres científicos como el mencionado Gauss, Wilhem Weber (ambos tienen una estátua en la ciudad, ¡no dejéis de buscarla!), Max Born (además de premio Nobel, abuelo de la cantante/actriz Olivia Newton-Jhon) o Werner Heisenberg (padre del divertido principio de incertidumbre).

[6] El ansia del primer trago siempre nos regala esa sensación del napalm bajando por nuestro esófago. ¡Pero no hay que descuidarse después! Si lo bebemos demasiado despacio acabará enfriándose y entonces estará asque... menos sabroso. Tranquilos, tras tres o cuatro glühwein uno pilla el ritmo.

[7] Si queréis guardarla de recuerdo ¡es toda vuestra! Pero no os encariñéis con la primera que os den, que hay varios modelos. Conseguir el modelo que yo quería, con la Gänselisel y la plaza del mercado, me costó un par de días de intensos tragos... hasta que María me cedió amablemente su jarra, grabada con el deseado modelo. Todo un detalle de navidad.

[8] Philippe admira con estusiasmo mi Schnitzel “tamaño normal”. Los demás en la mesa pidieron la versión pequeña y, por alguna razón, la camarera espetó un “y éste para el caballero con hambre” al traer mi plato. El día que tenga hambre lo sabrá, anonima camarera.