Para realizar el trayecto Dublín-aeropuerto tenemos dos opciones: autobús (6-7 €) o taxi (20-25 € hasta/desde el centro de la ciudad). Nosotros contábamos con el Dublin Pass, un bono prepago de muchos de los monumentos y atracciones de Dublín, y que, además, incluye un viaje aeropuerto-ciudad. La pregunta evidente es... ¿Este bono es rentable? La respuesta, queridos amigo, al final del viaje.
El autobús de lujo[1] nos deja en media hora en el centro de Dublín, en la calle O’Connell, la más importante de la ciudad. Rápidamente buscamos el hotel, situado muy cerca del centro, en Gardiner Street[2]. Esta calle contiene el 98% de todos los hostales y albergues de Dublín, así que es el mejor sitio para empezar a buscar alojamiento si no tenéis nada reservado.
Este primer día lo dedicamos a dar una vuelta por la ciudad para conocer el entorno dublinés y, sobre todo, los típicos bares irlandeses. Esto podría tomarse como un síntoma claro de alcoholismo, pero nos vimos arrastrados a hacerlo por la primera manía dublinesa: todos los monumentos y museos cierran a las 17:00, dejándote sin nada turístico que hacer a mitad de la tarde.
Los bares irlandeses tienen siempre la misma “pinta”: en todos hay televisiones enormes donde se ve rugby o fútbol galéico[4], la mayoría tienen más de un piso y siempre con innumerables habitaciones, casi todos los días hay actuaciones de música celta en directo, en casi todos puedes pedir comida (9-11 €, dependiendo del sitio) y, por supuesto, todo el mundo tiene siempre una pinta en la mano.
Durante la tarde-noche visitamos cuatro bares y fuimos haciendo nuestro cuerpo a la Guinness. Reconozco que nunca me ha gustado la cerveza negra pero... ¡Estábamos en Dublín! Así que no quedaba más remedio que aprovechar y tomar tooooodas las Guinness posibles aunque el paladar diera muestras de no estar de acuerdo.
La noche transcurría entre pinta y pinta, canción y canción. Y nos dimos cuenta de que, en todos los bares, había una melodía que era especial. Cuando sonaban los primeros acordes todo el mundo se giraba hacia los músicos del local, todos elevaban su pinta, todos cantaban a la vez, emocionados, ese himno dublinés que es "Molly Malone". Molly era una joven que se paseaba por el Dublín del siglo XVII vendiendo mejillones y que murió en plena calle sin que nadie pudiera ayudarla. Su historia pasó a ser leyenda y en 1880 James Yorkston compuso la canción que cuenta su historia, la canción que todo dublinés conoce.
DUBLÍN | Día 2 (03/03/07) |
[1] Asientos de cuero amplios, música ambiente agradable, soporte vital garantizado y una temperatura acorde con las necesidades del humano medio. Se nota que esta gente odia el mundo exterior.
[2] ¿Cómo llegas desde O’Donell? Simple. Te situas en la aguja mirando en diracción al rio, tomas la calle de tu izquierda y la segunda calle que cruces es Gardiner Street. No hay forma de perderse, ya que verás el hostel/taberna O’Neills es una esquina.
[3] Había otra habitación en el sótano y estaba ocupada por chavales jóvenes y fiesteros con poca pinta de irlandeses. Si es que en el continente nos dan igual las vistas mientras podamos hacer botellón.
[4] Fútbol galéico: fusión violenta de fútbol (por el balón y el campo), rugby (por las porterías y el marcador), balonmano (por la necesidad de botar la pelota cada cuatro pasos) y la lucha callejera tailandesa (por que no existen faltas ni infracciones).