El retorno del Jedi, el retorno del Rey... el retorno del viaje.
Día de vuelta. Día de aeropuertos y aviones. En estas ocasiones el cansancio se hace cada vez más patente según te acercas a tu cama. Ella te llama, desesperada. Y tú solo quieres volver a tumbarte y recordar, despacio, los días anteriores y los que llegan. Es una suerte que el comienzo de todo viaje depare siempre el mismo final: un sueño reparador.
Pero antes de ese fantástico momento María y yo teníamos por delante muchas horas de vuelo, un transbordo y, además, el castigo divino del díos de la facturación que nos fue impuesto en el comienzo del viaje.
El día 6 de noviembre de 2006 entra en vigor la nueva normativa europea sobre equipajes de mano. Esta normativa prohíbe llevar líquidos, medicamentos, cremitas y otras muchas cosas en el equipaje de mano. Debido a nuestro estado de somnolencia extrema, María y yo somos incapaces de procesar estas restricciones y nos dirigimos al control de seguridad del aeropuerto Charles de Gaulle con el neceser en la mochila. ¿Consecuencia? Revisión de equipaje y una única solución posible si queremos salvar nuestras cosas: facturar de nuevo una de las mochilas
. Esto, sencillo sobre el papel, implicaba salir del aeropuerto y recorrelo de nuevo
. Además, solo quedaban 15 minutos para embarcar. Aún así nos sobrepusimos y logramos pasar de nuevo el control de seguridad, esta vez sí, sin infringir ninguna normativa con menos de 48 horas en vigor. Y esto hace que nos relajemos demasiado. Y tomamos un café y leemos la prensa. Y, llegado cierto momento, decidimos acercarnos a la puerta de embarque.... ¡Qué sorpresa el ver que no hay nadie esperando y solo están los operarios del vuelo con cara de preocupación y cabreo, mitad y mitad! En ese momento, y solo en ese momento, miramos el reloj y nos damos cuenta: ya pasan 20 minutos de la hora prevista de la salida del vuelo. Corremos, pedimos disculpas y aguantamos como podemos las miradas asesinas de “es por vosotros que vamos con retraso” de los demás ocupantes del avión. No les culpo, yo habría puesta la misma mirada.
El viaje hasta Barcelona pasa sin más sobresaltos y nos preparamos para una larga espera. En ella solo puedo destacar dos cosas: la primera, que María extravió, de forma inexplicable, su tarjeta de embarque tras pasar el control de seguridad. Si esto le sucede a alguien alguna vez podéis estar tranquilos, ya que una vez en ese punto solo hace falta enseñar el DNI en la puerta de embarque para poder subir al avión.
La segunda es que, en la tradicional visita a los quioscos del aeropuerto, encontré un libro que estaba esperando desde hace casi un año:
“La puerta de Ptolomeo”, de Jonathan Stroud
.
La llegada a Tenerife es, extrañamente, normal. Ningún contratiempo, ninguna anécdota. Solo el deseo de llegar a casa y descansar. La visita a París había sido muy intensa, llena de grandes momentos, y ahora tocaba recuperar fuerzas... para el próximo viaje. ¿Me acompañas?